La luz de tu propósito

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Foto: Sobrino de Murphy

Anoche me desplacé hasta la playa para admirar la belleza de la luna, me pareció buena idea respirar la brisa nocturna, deleitarme con el sonido de las olas, observar el cielo. La playa estaba llena de pescadores que lanzaban sus cañas a un mar que, lejos de encontrarse soñoliento tras su baño de sol, se agitaba de forma impetuosa mientras se estiraba para arañar, a cada embate, parte de la orilla.

La persona que me acompañaba y yo caminamos por la playa sorteando a los afanosos pescadores para encontrar un lugar cómodo donde sentarnos. Entonces, observé el reflejo de la luna sobre el mar, esa bella luz emitida por el cuerpo celeste que orbita alrededor de nuestro planeta y que, reflejada en el agua, da la sensación de seguirte adonde vayas. La explicación científica de este curioso fenómeno, seguro que ya la conoces, no obstante, te la daré al final de este artículo porque ahora quiero centrarme en la magia de ese momento y en lo que significó para mí un instante de observación.

No sé muy bien qué hacía mi niña interior despierta a esas horas, pero mientras caminábamos por la playa ella se preguntaba cómo era posible que por más que nos alejáramos, siempre estuviésemos junto al brillante e hipnótico reflejo de una hermosa luna sobre el mar.

—¿Nos sigue solo a nosotros? —preguntó mi niña interior.
—Imposible, todas las personas pueden verla. De no ser así no se llamaría luna, que proviene del latín y significa «la luminosa, la que ilumina». Ella brilla para todos —respondí alardeando de mis conocimientos.

Llegamos a una zona libre de pescadores y extendimos nuestras toallas. La noche era fresca junto al mar, pero muy agradable.

—Nos ha seguido hasta aquí —dijo mi niña interior sin intención de callarse—, pero ahora su reflejo descansa sobre el agua. Si giro mi cabeza hacia un lado o hacia otro, no se mueve.
—Es cierto —asentí. Y crucé los dedos para que dejase de preguntarme pues, como adulta, me incomoda no conocer todas las respuestas.
—Quizá nos siga solo cuando nos desplazamos; es posible que para que nos acompañe necesitemos dar algún paso —añadió la pizpireta trasnochadora.
—Es posible —suspiré mientras mis pies descalzos jugueteaban con la arena.
—¿Cómo pueden la luna y su reflejo estar ante nosotros todo el tiempo, cuando las demás personas también los tienen frente a sí? —insistió.
—Pues no tengo ni idea… —mi paciencia se agotaba mientras intentaba ignorar sus comentarios para centrarme en la conversación que mantenía con mi amigo.
—¡Ya lo sé! —concluyó satisfecha mi niña interior—. La explicación es que ¡todos tenemos nuestra propia luna con su correspondiente reflejo sobre el mar!
—Mira, niña —dije al fin—. Eso que dices es precioso, pero… ¿no deberías estar durmiendo ya?

Bromas aparte, lo cierto es que no se me ocurre mejor forma de ilustrar el propósito de la vida de cada persona, que compararlo con lo que los ojos de mi niña interior descubrieron ayer en la playa. Todos y cada uno de nosotros tenemos un propósito, algo que hacer en este mundo; todos, de una manera u otra, dejaremos nuestra huella. Lo que ocurre es que, en muchos casos, no sabemos cuál es nuestro propósito y miramos en todas direcciones, en lugar de tomar consciencia de que esa luz, como el reflejo de la luna sobre el mar, permanece siempre frente a nosotros.

Son tantas nuestras dificultades para abrazar el presente, que nos servimos del entretenimiento estéril o nos deprimimos con tal de huir de él. Nos pasamos la vida intentando llegar a un sitio diferente al que nos encontramos, sin percatarnos de que el sendero elegido está siempre despejado ante nuestro ojos, brillando con fuerza. Durante nuestro viaje, solemos fijarnos en los demás, nos comparamos sin ser conscientes de que no solo nunca alcanzaremos a vislumbrar un propósito que no es el nuestro sino que, durante el tiempo que gastamos intentándolo, damos la espalda a nuestra propia luz.

Como te he prometido al inicio de este artículo, la explicación científica de que el reflejo de la luna en el agua parezca seguirnos es que, aunque no lo veamos debido a la visión limitada de nuestros ojos, absolutamente toda la superficie del mar está bañada por la luz del astro (para ser exactos, es luz del sol que rebota en la luna y se refleja en el mar). A medida que nos desplazamos, la luz va penetrando en nuestros ojos dándonos la sensación de que el reflejo nos persigue.

Resulta paradójico darse cuenta de que la luz que no llega al ojo es imperceptible para nosotros. Si bien esto desmiente el argumento mágico-romántico de mi niña interior que afirma que todos tenemos nuestra propia luna y su reflejo, no deja de ser hermoso el saber con certeza que, aunque no siempre la veas, la luz de tu propósito está siempre junto a ti, preparada para seguirte cuando des el paso y para manifestarse cada vez que decidas poner tus ojos sobre ella.

Solo me queda animarte a hacerlo.

Amelia Cobos
Autora de Todo está en Nada

Gracias a Sobrino de Murphy, por acompañarme en esa noche mágica y por una foto maravillosa.
Gracias a ti, por leerme.
Gracias, gracias, gracias.

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